Pero el atiende las 24 horas del día el Kwik-E-Mart, alguna vez incluso vivió con Los Simpson y escaló los Montes Himalaya con Homero para consultar al oráculo de los mini súpers para que le dijera por qué lo habían corrido de su trabajo.
Claro, la respuesta nunca llegó porque Homero quemó todas las oportunidades, pero las aventuras de Apu son varias y muchas veces su negocio sirve como una ventana a lo que pasa en su ciudad.
Apu conoce a su clientela y a cada uno de ellos le da lo que su tienda puede ofrecer, desde bebidas frías con una alta dosis de jarabe de azúcar que hizo a Bart y a Milhouse embriagarse, al grado tal que Bart se inscribió en los boy scouts, hasta comida chatarra que Homero consume en grandes cantidades o el whisky que Marge se bebió en un capítulo en el que pasa una crisis existencial.
Esto quiere decir que Apu tiene bien medida a su clientela y la satisface, lógico, esto contribuye a la economía de su negocio, ya que sus ventas se mantienen por ese conocimiento.
Eso para un mini súper está bien, pero qué hay cuando la clase política se maneja como Apu, la economía del país se verá afectada de una u otra manera y eso, lógico lo condena a seguir sufriendo atrasos.
Por ejemplo si cada seccional se maneja como un Kwik-E-Mart, lo que tenemos es una visión clientelar que se ha repetido por décadas en este país, no se pueden ver las cosas de manera global y lógico cada líder político responde a una lógica del cliente si uno quiere donas, le consigue una dona, si otro necesita un jugo azucarado se lo entrega, pero no hay visión y planeación de largo plazo, porque casa moneda de cambio que se cobra por conseguir eso, es un voto en la próxima elección para que una vez en el puesto, el político favorezca a lo que podemos denominar su clientela gourmet y si ellos requieren champagne, se les da champagne, o una concesión para un negocio de lujo, se cabildea y se le otorga o si quiere hacer un negocio a costa del erario es necesario cubrir muy bien todo.
Es un círculo vicioso en donde los que menos tienen sostienen los intereses de los que más tienen y siguen acumulando; agrandando cada vez más la brecha entre pobres y ricos.
Esa visión fragmentada sume al país en la ignorancia y en el atraso y no lo hace competitivo, ya que condena a generaciones enteras a mendigar lo que por derecho legal y constitucional le pertenece y que muchos políticos han hecho de ese juramento de “servir al país sino que la sociedad y la patria se lo demande”, una letra muerta.
Es triste que algún economista haya acuñado la frase para el bronce de “Paraguay con 6 millones de habitantes le da de comer a 80 millones de personas en el mundo”, cuando acá la realidad de más del 40% de esos 6 millones se plasma día a día en la pobreza.
Es triste que los niños no tengan escuelas dignas para ser educados cuando alguien se ha hecho millonario por desviar millones destinados al equipamiento de las mismas.
Es triste que no haya caminos o puentes en buenas condiciones porque algunos más, ostentando un cargo de responsabilidad y representación popular hayan preferido hacer una casa con el dinero destinado a la obra, dejando a comunidades incomunicadas y sin la posibilidad de comerciar.
Es triste que haya enfermedades que se agrandan en sus efectos por la pobreza, y por lo tanto no haya la estructura suficiente para atender a los afectados por el dengue en estos momentos o que una persona que se accidenta tenga menos probabilidades de sobrevivir si vive lejos de la capital porque las ciudades importantes del interior no cuentan con hospitales de tercer nivel.
Pero lo más triste es que hayan llegado a sus cargos basados en un voto que alguien les dio a cambio de una golosina para endulzar el momento y ver cómo a través de esa acción, ellos empeñan unos años más el desarrollo de su persona, de su comunidad y de su país.
Miguel Torres Velázquez